Comenzamos por la reflexión de Shylock en El mercader de Venecia. Justifiquemos o no su actitud, si que es cierto que parece estar motivada por la xenofobia imperante en la época hacia los judíos. Y Shakespeare lo muestra de modo magistral.
"Él me ha deshonrado, me ha impedido ganar medio millón, se ha reído de mis pérdidas y burlado de mis ganancias; ha afrentado a mi nación, dificultado mis negocios, desalentado a mis amigos, azuzado a mis enemigos. Y ¿por qué razón? Porque soy judío. Un judío ¿no tiene ojos, no tiene manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No se alimenta de lo mismo? ¿No lo hieren iguales armas?¿ Acaso no sufre de iguales males? ¿No se cura con iguales medios? ¿No tiene calor y frío en verano e invierno como los cristianos? Si nos pinchan ¿no sangramos? Si nos hacen cosquillas ¿no reímos? Si nos envenenan ¿no morimos? Y si nos ofenden ¿no nos vengaremos? Si en todo somos semejantes también lo seremos en esto! Si un judío ofende a un cristiano ¿qué es o que hará éste? Vengarse! Si un cristiano ofende a un judío, ¿qué es lo que debería hacer siguiendo el ejemplo cristiano? La venganza, la villanía que me enseñaron yo la voy a ejecutar y malo sería que no supere al instructor!"
La exagerada declaración de amor de Romeo a Julieta no es novedosa: recurre a los tópicos que encontrábamos ya en el Dolce stil novo...y que no han desaparecido a lo largo de los siglos.
JULIETA.-¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Para qué estás ahí? Dímelo. Los muros de este jardín son muy altos y difíciles de escalar. Este sitio representa la muerte para ti, que eres un Montesco si es que te encuentra alguno de mis parientes.
ROMEO.-El amor me prestó sus alas, y desaparecieron todos los obstáculos. ¿Qué es para el amor una muralla de piedra? A todo lo que quiere se atreve, y yo no temo la cólera de tus parientes.
JULIETA.-¡Si te viesen, te matarían!
ROMEO ¡Ah! Más peligro hay en tus ojos que en veinte espadas asesinas.
Mírame con dulzura y nadie podrá hacerme daño. Mejor morir a causa de su odio que vivir triste sin tu amor.
JULIETA. Te quiero Romeo.
ROMEO. Te amo, Julieta.
JULIETA. ¿De verdad me quieres?
ROMEO Juro por la luna del cielo que te amo.
JULIETA Ah, no jures por la luna, esa inconstante que a veces está llena y otras decrece. Pero vete ya, que temo por tu vida.
El "monstruo de ojos azules" sobre el que advertía Yago en Otelo sigue haciendo peligrar muchas relaciones (y en casos de entender el amor como una posesión, puede provocar efectos fatales)
IAGO.- Señor, temed mucho a los celos, pálido monstruo, burlador del alma que le da abrigo. Feliz el engaño que descubre el engaño y consigue aborrecer a la engañadora, pero ¡ay del infeliz que aún la ama, y duda, y vive entre amor y recelo!
OTELO.- ¡Horrible tortura!
YAGO.- Más feliz que el rico es el pobre, cuando está resignado con su suerte. Por el contrario el rico, aunque posea todos los tesoros de la tierra, es infeliz por el temor que a todas horas le persigue, de perder su... ¡Dios mío, aparta de mis amigos, los celos!
OTELO.- ¿Qué quieres decir? ¿Imaginas que he de pasar la vida entre sospechas y temores, cambiando de rostro como la luna? No: la duda y la resolución sólo pueden durar en mí un momento, y si alguna vez hallares que me detengo en la sospecha y que no la apuro, llámame imbécil. Yo no me encelo si me dicen que mi mujer es hermosa y alegre, que canta y toca y danza con primor, o que se complace en las fiestas. Si su virtud es sincera, más brillará así. Tampoco he llegado a dudar nunca de su amor. Ojos tenía ella y entendimiento para escoger. Yago, para dudar necesito pruebas, y así que las adquiera, acabaré con el amor o con los celos.
Acumulación de tópicos literarios (y, como todo tópico, vigente) en este parlamento de Próspero: tempus fugit, vanitas vanitatis, vita theatrum...
Te veo preocupado, hijo mío. Y como abatido. Recobra el ánimo. Nuestra fiesta ha terminado. Los actores, como ya te dije, eran espíritus y se han disuelto en el aire, en aire leve y, cual la obra sin cimientos de esta fantasía, las torres con sus nubes, los regios palacios, los templos solemnes, el inmenso mundo y cuantos lo hereden, todo se disipará e, igual que se ha difuminado mi etérea función, no quedará ni polvo. Somos de la misma sustancia que los sueños y nuestra breve vida culmina en un dormir. Estoy turbado. Disculpa mi flaqueza; mi mente está agitada. No te inquiete mi dolencia. Si gustas, retírate a mi celda y reposa. Pasearé un momento por calmar mi ánimo excitado (Próspero en La tempestad)
Y acabamos con el que quizás sea el fragmento más famoso de todos los dramas shakesperianos: el famoso soliloquio de Hamlet. ¿Quién no se ha sentido más de una vez como él, dudando entre la obligación y el dejar pasar las obligaciones?
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